martes, febrero 13, 2018

“El viajero”, de Pedro Prado




 
Viajó por todos los países de la tierra y supo que eran mayores las semejanzas internas que las diferencias exteriores que presentaban los pueblos.

Como en su alma anidaba un ave inquieta, deseó partir hacia países desconocidos. Pero ya no había para él países desconocidos y quedó triste, porque el hombre desea novedad.

Ante las cosas nuevas, decía él, estamos despiertos; el hábito aún no nos ciega. Si los niños son hábiles y activos, no lo son por ser ellos los nuevos, sino por serles nuevas todas las cosas. Si con la sangre les legáramos la ciencia adquirida, los niños serían serios y desencantados como los hombres. Viajeros hay que buscan las emociones cambiantes, que permiten rehacer ese aspecto de la niñez.

Las enfermedades lo recluyeron en su casa y desde allí soltaba las palomas del recuerdo. Todas las mañanas paseó por el jardín y por el huerto de su propiedad. Y aquel hombre, que sólo encontraba novedad en las cosas de los países exóticos, principió por preocuparse de los árboles, de las distintas malezas, de los insectos que pasan inadvertidos. Aprendió los nombres de todos ellos y pudo fácilmente distinguirlos. Encontró en esto un placer desconocido y tuvo la certidumbre de que el amor de los viajeros es ayudado por una suerte de miopía. Necesitan novedad, y sólo la encuentran en cosas de bulto: en nuevas costumbres, en ciudades ignoradas, en horizontes que cierran montañas desconocidas. Supo que el placer de viajar por el mundo, o de viajar por el jardín de su casa, estaba relacionado con la potencia de la visión.

Con el pétalo de una flor entre los dedos, observaba las venillas de la sabia que descendían la comba, como arroyos brillantes por la falda de una colina blanca. Imperceptible pelusa cubría el pétalo, a semejanza del musgo de la tierra, y un pulgón verde abrevaba en uno de los arroyos, a la sombra de la colina.

Paisajes nuevos, puros y hermosos, se ofrecieron a los ojos del viajero, y el ave inquieta que anidaba en su alma se hizo sutil y voló vuelos prodigiosos dentro del pétalo de una flor, porque es un sueño aquel concepto que los hombres tienen del espacio.



en La casa abandonada, 1912










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