domingo, febrero 11, 2018

“Las clientas”, de Reina María Rodríguez




 
a mi madre, la modista


Tenía el poema que casi descendía por la bata,
como desciende un animal por la colina, ladeado.
Él me dejaba (como todos) aflojar el hilo a cada rato.
Tomar de nuevo la distancia, sus medidas.
Yo la veía morir, orinar a poquito,
de pie sobre la tela estrujada.

Una mujer pasa con su bastón de empuñadura de plata
(antes ha pasado su mascota abriendo el paso)
y “...no le digas a nadie que estoy desesperada,
amarra la cadena contra el puño, apriétala”.

“Vocación de remendar con esa larga hebra
de los haraganes –diría mi madre-
y tres nudos que se deshacen  en la garganta
contra el hipo”.
Cosas que sirven para una cantidad de males infinitos.
Después, el susto con el vaso al revés sobre la manta
mal zurcida con candelillas frágiles.

La pasión se fue, se escapó al
borde junto a una vieja mascota
sobre tela mojada.



en El libro de las clientas, 2005

Tomado de Luz acuosa (antología), 2015

Ediciones Biblioteca Nacional










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